lunes, 24 de febrero de 2014

La primera flor de primavera

"Como la flor que nace en Mayo, nació nuestra historia de amor. Como era normal en mi pequeño pueblo, las noches de primavera aún eran frescas, quizá hasta heladoras. Aún así, bajo la luz de la inmensa luna decidimos subir hasta uno de los más preciosos paisajes. Rodeados de enormes rocas y seducidos por un embriagador aroma natural mientras conversábamos, brotó un beso, un beso que ninguno de los dos esperábamos. Le estaba conociendo, había hecho la promesa de no precipitarme. Sin embargo, la excusa de una foto bastó para que la suave piel de sus labios me rozaran. Cuando intenté reaccionar ya era demasiado tarde, me había lanzado yo, ¿qué me pasaba? jamás lo hubiera hecho con cualquier otro. Fui incapaz de ponerle freno, me deje llevar. Fue como un sueño, tan especial como yo quiero creerlo, así es con los momentos del pasado que tienen la capacidad de parecer más bonitos de lo que fueron. 
Esa noche llegué hasta donde nunca antes había llegado con un chico en la primera cita. En sus brazos me sentía como si nadie me pudiera tocar, nada me podía alcanzar para hacerme daño. Tras varias horas disfrutando de su presencia, de sus besos y sus caricias, de repente, él salio del coche, me dijo que enseguida volvería, avanzó unos pasos más allá y paro en seco, no conseguía entender esa extraña reacción. No sabía que pensar, estaba muy confusa. Por un momento pensé en irme, seguramente que se había arrepentido de haberme seguido el juego. Pasaron varios minutos que a mí me parecieron horas, la incertidumbre me mataba por dentro, no le encontraba explicación. No podía esperar más, el sólo pensamiento de estar haciendo el ridículo me horrorizaba, abrí la puerta y fui hacia donde él estaba, no había cambiado la posición, sus ojos estaban anclados en el suelo y su cabeza permanecía agachada. Le pregunte si le pasaba algo. Nada, me respondió mientras giraba para evitar cruzarse con mi mirada, y tomó rumbo de nuevo al coche. La inseguridad se apoderaba de mi cuerpo, lo único que deseaban mis piernas era echar a correr y huir lejos de allí. Sin embargo, por unos instantes no fui dueña de mí y me encontré otra vez sentada en el asiento de copiloto con su mano entrelazada con la mía ofreciéndole mi ayuda y mi apoyo para aquello por lo que estuviera así. A medida que la noche avanzaba su gesto cambió, dejo la seriedad a un lado para dar paso a una tímida sonrisa que poco a poco se fue haciendo más visible y así llegó el momento de la despedida, ambos sabíamos que llegaría, pero queríamos alargarlo lo máximo posible. 
Cuando baje del coche una sensación de plenitud y satisfacción me inundó la mente. Solo pasaron unos minutos cuando mi móvil sonó, era un mensaje de él en el que me pedía perdón por su comportamiento y decía que nunca había encontrado una mujer así. De repente me entraron unas ganas incontrolables de gritarle al mundo que por fin, por un momento en mi vida, me sentía como la persona más afortunada y feliz que había en el mundo." 

Un portazo en el piso de abajo rompió la magia y la devolvió de nuevo a la realidad. Su hija había llegado del instituto. Colocó el diario en el cajón y continuó limpiando la habitación para disimular su lado cotilla y evitar el enfado de su pequeña Valeria, que había dejado de ser un niña para verse envuelta en los temerosos líos amorosos de adultos.

martes, 19 de marzo de 2013

Los hilos de tu voz


   Sus manos casi siempre estaban frías y en las duras madrugadas del invierno, vestían blancas hasta entrar en calor cuando las arrimaba al fogón. La ventana era su perdición, agotaba el tiempo observando el pinar, su florecer en primavera y su transición de color pardo a nacarado en el cambio de estación. Buscando los primeros rayos del día, apoyaba el periodico el en respaldo del sillón y leía ensimismado cada noticia, dando con gusto, su espalda al sol. 
    Coqueto cuanto menos, el afeitado era diario y siempre hacía una parada en el espejo para cercionarse de que iba bien peinado. Al mediodía o por la tarde cogía su visera y salía a pasear. Con las manos engarzadas y apoyadas en la espalda caminaba y recorriendo los lugares favoritos de su pueblo natal, saludaba a la gente y a veces se paraba a charlar.
    Los días para él eran iguales, aunque el domingo marcaba la excepción. Solía vestir con sus mejores galas para ir a visitar al cura del pueblo y rezar por los que ya no están. Con el tiempo, la salud dejó de permitirle hacer esa excursión y solamente lucía remolón su atuendo a las orillas del río Duero, donde de un banco se hacía un centro de reunión.
Observaba con discreción a aquellos que jugaban a la baraja, y tras un largo rato, sentenciando la jugada se apartaba enojado por no darle la razón. 
   Hasta mañana a descansar eran sus buenas noches, frase que quejó grabada en nuestras memorias y se repite en nuestras cabezas antes de dar por acabado otro día escuchando su callada voz.

sábado, 30 de junio de 2012

¿Dónde te has metido?


El reloj marcaba las siete, el goteo del grifo acompasaba el fluir de sus pensamientos y un débil rayo del sol comenzaba a entrar por las rendijas de su persiana. La noche fue larga, apenas había conseguido adormecerse mientras disfrutaba de algunos capítulos de su libro favorito, pero ni aun con esas logró evadirse de la cruda realidad que le esperaba al comenzar un nuevo día, seguramente igual que el de ayer. En el vaso de su mesilla ya solo quedaban los posos de lo único que le había acompañado durante su intensa travesía por aquel vacio interior que acarreaba desde hacía un par de meses. Lo había abandonado sin dar explicación, la inspiración se había evaporado y no sabía ni cómo ni por qué. Las hojas en blanco formaban un perfecto puzle sobre la mesa, esa en la que tantas horas había pasado. Sin embargo ni las manías, ni las costumbres hacían que regresara. Ya había probado todo tipo de rituales e invocaciones y ahora ya sólo se amarraba a una copa con hielos que emanaba un exquisito aroma a ron cubano.
Se incorporó en la cama y se dispuso a comenzar otra odisea frente al papel en blanco, el frío del suelo le hizo entrar en contacto con la realidad de un nublado día de verano y se dirigió a la cocina a la espera de que un café bien cargado despertara todos sus sentidos. En un halo de silencio el teléfono empezó a sonar, no aguardaba ninguna llamada y la presión se cernía sobre su cabeza mientras la cafetera daba el aviso de que el café ya estaba listo. Las noticias llegaron en mal momento.

sábado, 14 de abril de 2012

Historias de primavera.

El viento huracanado azotaba con fuerza los ventanales, el aire que se colaba entre la gran masa boscosa producía un angustioso silbido que  parecía sacado de los efectos especiales de una película de miedo, los estruendos de un cielo molesto y el ambiente cargado de una tremenda humedad auguraba una horrible tormenta. Tanta oscuridad en el cielo encogía el alma de la pequeña Alejandra, que escondida entre los brazos de su padre, se tapaba la cara con tanta fuerza que parecía que aquella porcelana de la que parecía estar hecha iba a hacerse añicos. La mecedora no cesaba en su vaivén, pero nada conseguía calmar el llanto de aquella muñequita de rizos dorados. Transmitía tal desesperación que consiguió que los enormes ojos de su madre se inundaran de lágrimas que resbalaron por su mejilla con toda la discreción que te puedas imaginar.
El agua comenzó a caer, fina como agujas, y sin tregua la lluvia rompió con más fuerza en un silencio casi total. Pronto la pequeña casa de madera se encontró en medio de un mar de barro, luchando por no ser engullida, como si de arenas movedizas se tratase. El temporal tardó un par de horas en amainar, para entonces el monte ya lucía su nuevo traje, los pinos cantaban su renacer y las flores desprendían un aroma que hacían olvidar toda incertidumbre vivida. Cuando Alejandra consiguió romper esa guerra de llanto y lluvia, con los ojos como platos contempló anonadada aquel paisaje y un fuerte sentimiento atrapó su corazón, era una de las personas más afortunadas del mundo por pertenecer a aquel recóndito lugar. Ya no recordaba ni la angustia, ni el miedo provocados por una madre naturaleza enfurecida.

viernes, 23 de marzo de 2012

Azul cielo, verde mar.

Bajo la atenta mirada de aquel personaje, ella caminaba con la cabeza gacha resolviendo sus acertijos mentales e intentando no pisar las rayas rojas que en la acera se dibujaban. El cigarro se consumía entre sus carnosos dedos y el transcurrir de los minutos agotaba los últimos vestigios de luz natural. A lo lejos en un solitario taburete de las afueras de un bar, un tipo bien vestido sujetaba fuertemente un vaso con hielos. No resultó difícil sacarla de aquel profundo ensimismamiento cuando el olor a destilería llegó a su respingona nariz. Una sonrisa se desdibujo en su cara, era una buena manera de acabar el infernal día por el que había tenido que pasar. Contoneado su larga y rizada melena negra como el azabache, dejó que todos los problemas se ahogaran en un amargo trago de whisky. Aquel no era lugar para una señorita, pero era una mujer de armas tomar.
El ambiente estaba cargado, aquel antro se había convertido en un barco en medio de en un mar de humo. No era bienvenido, el tipo del taburete se había dejado llevar por el agradable perfume hasta llegar a ella. No quería más compañía que la de su copa. La soledad era lo que buscaba, aunque no podía dejar de recordar el brillo de sus ojos en la oscuridad de la noche.

sábado, 4 de junio de 2011

Rutinas

Rotas las noches por tu nombre que en la soledad de la oscuridad se me cruzaba entre mis caóticos pensamientos como una estrella fugaz que a su paso dejaba vestigios de ti, de lo que un día quizás vivimos. Una y otra vuelta, la cama parece tan pequeña… todo es vacio alrededor. Te imagino y la rabia me invade, los pies están fríos. Nada, es lo que hay más allá de esto. Pero si me doy media vuelta y lo miro desde el otro lado me dan ganas de luchar. Poco a poco me va invadiendo el sueño, no está mal después de haber pasado más de dos horas que no me han llevado a ninguna conclusión pues los rayos de sol que me despertarán mañana serán la señal de un nuevo día igual que el de ayer.

jueves, 28 de abril de 2011

No fue un Jueves cualquiera

Todos conocemos esa sensación de estupor y alegría de alcanzar lo que anhelamos, pues bien este jueves fue unos de esos días en los que ese sentimiento me invadió. Sentada en un autobús de la Serrana, que no es uno de primera clase ni mucho menos pero tiene su hueco en lo encantador de esta historia, contemplaba el maravilloso paisaje que conforme más avanzaba, más bonito me parecía, y que casualidad que a la vez que esto incrementaba más cerca estaba de eso que tanto ansiaba; pero pongámonos en antecedentes.
Esa mañana tocaba un duro trabajo: decidir todo, y cuando digo todo es TODO (jajaja), sobre nuestro programa de televisión. Se presentó una mañana ajetreada tras haber dormido tan sólo tres horas, pero esa es otra historia. Lo que en un principio comenzó como una conversación entre personas, pronto se convirtió en una lluvia de gritos y voces (y eso que no estaba Andrea), pero entre ellas, pequeñas grandes ideas surgían. Tras haber tomado algunas decisiones, la gente comenzó a macharse y al fin eso que durante un tiempo llegó a parecer un gallinero, se transformo de nuevo en una casa (sí, soy un poco exagerada). Cuando me quise dar cuenta, poco tiempo me había quedado para terminar de prepararme, aún así, ingenua de mí seguía pensando que podría coger el bus para ir a la estación (siempre lo pienso y todavía no sé muy bien porque, si nunca me da tiempo (si ya lo sé, muy extraño en mí, jajaja)). De todo esto, ya habréis supuesto que me tocó llamar a un taxi, pero ahí no acaba esta parte de la historia, sino que a pesar de haberlo cogido con tiempo, había atasco en el centro y adivinar quién estaba en él. A pesar de los obstáculos conseguí no perder el autobús. No sé qué hice mal ese día, lo cierto es que lo estaba pagando caro y más caro que lo iba a pagar. Pues bien a la media hora de camino me di cuenta de que no había ido al baño antes de salir, y que pasa que cuanto más piensas en ello más gana de miccionar (voy a ser fina) te entran, y al final no todo era tan psicológico pues me pase la última hora intentando encontrar la mejor postura y preguntándome que porqué a los sorianos no les había dado la gana de estar situados más cerca. El final de esta incómoda historia se encuentra en la cafetería de la estación, donde después el camarero intentó ligar conmigo.
Ahora toca la parte que a mí más me gusta. Subida en ese autobús que mencioné al principio, las caras de algunas personas ya conocidas se encontraban en él, señal inequívoca de que me acercaba a mi destino y solo por ello toda la espera merecía la pena. Raro era que no se produjera ningún incidente durante todo el camino. En el tramo final del recorrido comencé a notar ese cosquilleo que pronto invadió mi cuerpo: estábamos en Covaleda. Ahí fue donde empezaron todos los preparativos para que en cuanto en autobús diera fin a su recorrido estar preparada para tocar ese suelo tan querido por los que no están. Apagué el MP3, lo guarde con algo de torpeza en mi bolso, los nervios ya me delataban, y me puse el abrigo, solo quedaban unos pocos kilómetros.
De los más longevos del pueblo, de los que pueden contarte historias mucho más sorprendentes; de aquellos que fueron participes de toda tradición, habla la primera imagen que percibí tras pasar el cartel de bienvenida. En ese momento se encontraban al calor de la residencia, todos reunidos en una luminosa sala que invitaba a visitarlos. Cuando quise reaccionar, ya estaba pasando por aquella fábrica que tantos recuerdos me trae, la furgoneta blanca todavía estaba allí, mi padre continuaba trabajando y al parecer lo hacía sin compañía. Ya estaba entrando en aquel lugar que tantas sensaciones provocaba en mi interior, ya había empezado el juego, esta vez fueron dos señoras las afortunadas, diría sus nombres pero no me los sé, son de ese tipo de personas que has visto durante toda la vida pero jamás descubrirás como se llaman. Ellas fueron las primeras que avisté en las calles del pueblo. Tan solo unos metros más y por fin paró. Apresurada salí de aquel autobús y recogí mi maleta; estaba en Duruelo. Note el frío, pero ¡ummmm, que rico frío!, cualquiera lo diría. Conforme me dirigía a casa pensaba en todo lo que había echado de menos recorrer ese camino, pasar por esas calles, ver que el coche del Fonsi sigue aparcado en su sitio y que aquel prado de la esquina se había convertido en unos preciosos bloques de pisos, aunque no conseguía hacerme a la idea. Durante ese trayecto un sentimiento extraño me invadió tras el saludo de un hombre, ya no estaba en la ciudad podía dejar de pensar que el resto del mundo no existía, le respondí y me sonreí a mi misma.
Un peldaño más y mi casa, la Rumba ya estaba ladrando, al otro lado de la puerta me esperaban y sé que deseaban tanto como yo que llegara la hora de salvar esa última barrera, los abrazos fueron increíbles. Yo se que aguardaban desde hacía mucho tiempo ese momento, aunque sus palabras dijeran los contrario. Tras la euforia y los primeros instantes sonó el teléfono, era ella, sabía que se acordaría de mí. Cogí el abrigo y me dirigí a donde me esperaban mis amigas.
En esos pocos días que allí estuve, casi no me dio ni tiempo a extrañar a todas esas personas que forman parte de mi vida y que seguirán en ella durante cinco años más por lo menos y algunas espero que muchos más.
Hoy tenía la necesidad de escribir esto y no podía dormir sin hacerlo, quería expresar que se me hizo corto, tanto que no duro un suspiro el tiempo que pase junto a todas esas personas que siempre han estado en mi vida y que seguirán en ella.