sábado, 14 de abril de 2012

Historias de primavera.

El viento huracanado azotaba con fuerza los ventanales, el aire que se colaba entre la gran masa boscosa producía un angustioso silbido que  parecía sacado de los efectos especiales de una película de miedo, los estruendos de un cielo molesto y el ambiente cargado de una tremenda humedad auguraba una horrible tormenta. Tanta oscuridad en el cielo encogía el alma de la pequeña Alejandra, que escondida entre los brazos de su padre, se tapaba la cara con tanta fuerza que parecía que aquella porcelana de la que parecía estar hecha iba a hacerse añicos. La mecedora no cesaba en su vaivén, pero nada conseguía calmar el llanto de aquella muñequita de rizos dorados. Transmitía tal desesperación que consiguió que los enormes ojos de su madre se inundaran de lágrimas que resbalaron por su mejilla con toda la discreción que te puedas imaginar.
El agua comenzó a caer, fina como agujas, y sin tregua la lluvia rompió con más fuerza en un silencio casi total. Pronto la pequeña casa de madera se encontró en medio de un mar de barro, luchando por no ser engullida, como si de arenas movedizas se tratase. El temporal tardó un par de horas en amainar, para entonces el monte ya lucía su nuevo traje, los pinos cantaban su renacer y las flores desprendían un aroma que hacían olvidar toda incertidumbre vivida. Cuando Alejandra consiguió romper esa guerra de llanto y lluvia, con los ojos como platos contempló anonadada aquel paisaje y un fuerte sentimiento atrapó su corazón, era una de las personas más afortunadas del mundo por pertenecer a aquel recóndito lugar. Ya no recordaba ni la angustia, ni el miedo provocados por una madre naturaleza enfurecida.

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